SEDIENTO: JESÚS Y LA SAMARITANA
Una reflexión
de un corazón sediento, sediento de Dios.
Al leer la Biblia, en especial los evangelios, me
llama la atención la manera en que distintas personas tenían un encuentro con
Jesús. Hace uno días empecé a leer el evangelio de Juan, y es interesante ver
como desde el principio Juan nos relata varios encuentros que tuvo Jesús. Uno
de ellos en particular capturó mi atención, y es el encuentro que tuvo Jesús
con la mujer samaritana en el capítulo 4 de Juan. Este encuentro se encuentra
relatado en Juan 4.1–30. Pasé varios días leyendo detenidamente y reflexionando
en aquel encuentro. Quiero compartir con ustedes esta reflexión, espero te sea
de bendición.
Juan 4.6: Entonces Jesús,
cansado del camino, se sentó así junto al pozo.
Jesús, el Verbo hecho carne, el Hijo de Dios, el Señor
de la creación refleja una muestra de la debilidad humana. Estaba
cansado del camino. Este es el Dios que se identifica con sus
criaturas. El Dios que se humilló hasta la condición de hombre para ofrecer el
perfecto sacrificio. La respuesta a todas las tragedias y necesidades humanas
la vemos en aquel Jesús sentado junto al pozo, cansado.
Juan 4.7: Vino una mujer de
Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber.
Esta mujer está a punto de tener un encuentro que
cambiará por completo su vida. Como todos los días se acerca al pozo para sacar
un poco de agua, pero lo que no sabe es que ahí, justo al lado de ese pozo está
aquel que puede darle verdadera agua de vida. Sin embargo, en lugar de dar,
Jesús le pide. Jesús inicia una conversación con la mujer, y primero le pide un
poco de agua para saciar su sed. En esta escena vemos otra vez al Dios que se
hace cercano al hombre. El Hijo, que vino a traer el reino a la tierra.
Juan 4.10: Si conocieras el don
de Dios, y quién es el que te dice
Como cualquiera de nosotros, esta mujer está llena de
prejuicios sociales y religiosos. Aún no logra darse cuenta quien es el que le
pide agua. Empieza con la división que existía entre judíos y samaritanos.
Luego se enfoca en las limitaciones humanas para poder sacar agua. Incluso
llega a comparar a Jesús con la herencia de sus antepasados que descendían de
Jacob. Ante todos estos obstáculos, la respuesta de Jesús a nuestras vidas
siempre es la misma: si conocieras el don de Dios, si supieras quien es
el que te pide, tú le pedirías a Él.
Juan 4.13: Cualquiera que
bebiere de esta agua, volverá a tener sed
Jesús llega al punto cumbre de su conversación con
esta mujer. La confronta con la insensatez de querer saciar la sed con esa
agua. Claramente Jesús no está hablando del agua material, Él está apuntando a
algo mucho más superior. Si Jesús estuviera hablando del agua material no
estaría diciendo nada fuera de lo común, pues inevitablemente nuestro cuerpo
siempre necesita de agua para su buen funcionamiento. Además de que no existe
ningún tipo de agua o elemento que sacia para siempre la sed de nuestro cuerpo
humano. Así que obviamente no está hablando del agua del pozo, sino del agua de
vida; no está hablando de una sed física, sino de una sed espiritual; y no está
hablando de una solución temporal, sino eterna.
Así como con aquella mujer, Jesús confronta la
insensatez humana de querer saciar la sed del alma con las cosas terrenales. El
hombre, en esencia, nace sediento espiritualmente. Producto de la caída, el
hombre nace sediento de una verdadera relación con Dios. Esa sed del alma lo
lleva a sentirse vacío y necesitado de propósito; y esto lo lleva a buscar
saciar su sed en lo que esté a su alcance. Aún el creyente lucha con esta
inclinación de buscar satisfacción verdadera en las cosas de este mundo. Pero
luego nos damos cuenta que aún seguimos sedientos, volvemos a tener
sed.
Juan 4.14: No tendrá sed jamás
¡Qué poderosas palabras dice el Señor! Jesús le ofrece a la mujer que beba de su agua y
le promete que al hacerlo nunca más tendrá sed. Éstas son palabras mayores,
pero si quien las dice es el Hijo de Dios tienen que ser ciertas. Jesús no sólo
le promete beber de esa agua, sino que esa agua que beba se convertirá en una
fuente impetuosa de agua de vida. Una fuente que correrá constantemente en su
ser, que brotará para vida eterna. Jesús está apuntando a lo más profundo de su
ser. Esa misma promesa nos hace a nosotros, para que nos acerquemos a beber de
ese manantial de agua de vida. Nos ofrece saciar por completo y para siempre la
sed de nuestra alma.
Juan 4.15: Señor, dame esa agua,
para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla
Ante la oferta de Jesús, esta mujer da la respuesta
más apropiada y correcta. Como un impulso de sobrevivencia le ruega de
inmediato al Señor para que le de esa agua. Ella está aceptando el ofrecimiento
que se le ha hecho. Reconoce que a menos que tome de esa agua, volverá a tener
sed, y volverá a regresar al mismo pozo, y tomar de nuevo la misma agua de
antes. Esta debe ser también nuestra respuesta al ofrecimiento de Jesús,
rogarle que nos de esa agua que sacia para siempre, para que no volvamos en
nuestra insensatez a las mismas aguas terrenales que no sacian y no llenan.
Nuestra oración a Jesús debiera ser: Señor, dame esa agua, para que no
tenga sed jamás.
Juan 4.16: Ve, llama a tu
marido, y ven acá
La respuesta de la mujer fue la apropiada, pero antes
Jesús tiene que tratar con las cosas profundas de su corazón. La respuesta de
Jesús parece estar fuera de contexto, o pareciera no tener sentido. ¿Por qué le
pregunta por su esposo? Ante la respuesta de esta mujer lo correcto hubiese
sido ofrecerle esa agua de vida, humanamente es lo que habríamos hecho. Pero
Jesús demuestra una vez más que no es cualquier hombre el que habla, no es sólo
un judío más, no es sólo uno de los profetas; es el Dios Eterno hecho carne.
Sólo Jesús podía conocer lo que esta mujer necesitaba en realidad, ella no
necesitaba una solución superficial, sino profunda. Vemos esto en la respuesta
de la mujer, ella dice que no tiene marido. Sin darse cuenta a quedado
totalmente expuesta ante Jesús. Es cierto que no tiene marido, había tenido
cinco maridos, y en ese momento estaba con un hombre que no era su marido. El
corazón de esa mujer quedó totalmente en evidencia ante Jesús. Si hay alguien a
quien podemos abrir nuestro corazón confiadamente, ese es Jesús.
Juan 4.23: … los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad
A pesar de esto, esta mujer no se ha dado cuenta aún
quién es el que habla con ella. Confunde a Jesús con alguno de los profetas y
de todas las preguntas que se le podían ocurrir, ella pregunta sobre la
adoración a Dios: “¿La adoración debe ser en este monte como hacían nuestros
padres, o debe ser en Jerusalén como dicen ustedes?” Jesús tiene que
volver a confrontar a esta mujer con la verdad: no conoce a Dios. Jesús le dice
más adelante: “Ustedes adoran lo que no conocen” Luego deja
ver un reflejo del reino que vino a traer, los verdaderos adoradores. Una
verdadera adoración que no se limita a un pueblo, sino a todos los pueblos; una
adoración que no se limita a un lugar, sino que llena toda la tierra; una
adoración que no es exclusiva del templo físico, sino que fluye del templo del
espíritu en cada corazón.
Juan 4.26: YO SOY, el que habla
contigo
Finalmente, la mujer parece empezar a entender las
palabras de Jesús. Todo lo que han conversado; el agua que sacia y da vida
eterna, la verdadera adoración en espíritu y en verdad, y la verdad de que Dios
es espíritu; son todas realidades que trascienden a un ámbito mucho más
profundo y esencial que simplemente un tema de judíos y samaritanos.
Es como si al final la mujer dijera a Jesús: “Sabes, todo esto es
cierto y muy profundo, pero sólo lo entenderemos cuando el Mesías venga” Y
es entonces cuando Jesús pronuncia aquellas poderosas palabras, aquellas
poderosas palabras que Dios ha declarado desde la fundación del mundo, Jesús
responde a la mujer: “Yo soy” No imagino la reacción de
aquella mujer al escuchar estas palabras de Jesús. Lo que pudo haber sentido,
lo que pudo haber pensado. Jesús le dice: “Yo soy el Mesías, el que
habla contigo” “Yo soy el Cristo de Dios” “Yo soy el agua que sacia y da vida”
“El agua que te he ofrecido Soy Yo mismo” “Yo Soy el que sacia tu sed” “Yo soy
por quién los hombres pecadores se convierten en verdaderos adoradores” “Yo soy
quién ha venido a mostrar al Padre” “YO SOY”.
Juan 4.28, 29: Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?
Esta mujer samaritana tuvo un encuentro transformador
con la persona de Jesús. Una mujer sedienta, que encontró la verdadera fuente
de vida: Jesús, el Cristo. De la misma manera nosotros hoy somos confrontados
con la palabra de Jesús:
“Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca
tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” Juan 6.35
“En la sed del Hijo de Dios el hombre encuentra la
verdadera satisfacción y plenitud de su alma”
Me gusta ver la vida cristiana como un camino, una
travesía, o como la Biblia lo llama: “un peregrinaje”. Somos ciudadanos de la
ciudad de Dios, viviendo en la ciudad del hombre.
Hay un dicho muy popular que dice que: “la esperanza es lo último que se
pierde”. ¿Te has preguntado qué pasa luego de que la esperanza se pierde?
Aunque nos duela aceptarlo, muchas veces nos encontramos en esa situación, este
mundo en el que vivimos nos presiona para que perdamos toda esperanza.
Sin Dios, sin esperanza
Tristemente este mundo con sus guerras e injusticias,
son una muestra visible del resultado de una vida vacía y sin esperanza.
La mujer Samaritana, al parecer no tenía esperanza,
pero Jesús le dio esperanza y le dio la oportunidad de tener nueva vida. No
importan las situaciones o circunstancias que tengamos o estemos pasando,
busquemos la presencia de Dios, vengamos a Jesús y ordenemos nuestras vidas,
pidamos a Dios esa fortaleza para reordenar nuestra vida y comencemos a vivir
en obediencia viviendo por principios y fe, con verdad y en verdad, con
integridad.
Gracia
y Paz
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